Cuentos en pandemia

El último tren

Todos aseguraban que sería el último tren. 

La estación estaba atestada, nadie quería quedarse. 

Lo vieron venir, humeante, pitando. Era imposible calcular el número de vagones que traía. La vista se perdía a lo lejos y los vagones no terminaban. Cuatro potentes locomotoras lo arrastraban. 

Primero los ancianos y los niños, rezaba un gran cartel, duplicado en los dos andenes poblados de gente. 

En realidad no era mucha la gente que quedaba en ese pueblo. Las enfermedades, la pobreza y el hambre habían diezmado a la población que antaño poseía. ¿Cuántos son para subir? Preguntó el maquinista que detuvo su marcha junto al andén principal. 

Cerca de trescientos, respondió el alcalde, que ya no tenía cargo, pero por costumbre seguía representando la opinión social. 

Bueno, detendré aquí los vagones que les corresponden, creo que habrá lugar para todos. Así fue, frente a los andenes se detuvieron los vagones 42, 43 y 44, y abrieron sus puertas. La gente subió apresurada temiendo no encontrar lugar. Pero finalmente lograron ubicarse todos. En el andén solo quedó el viejo Alfredo, el electricista. 

¿Ud. no sube Alfredo? 

No, me quedo, debo apagar las luces del pueblo. 

¿Y qué hará después? 

No lo sé, supongo que irme a dormir. 

Nadie sabía hacia dónde iba ese tren. Tampoco les interesaba. Lo único importante era partir, alejarse de las desgracias. 

Por fin, alguien se animó a preguntar: ¿Hacia dónde vamos?  

Habría que preguntarle al maquinista, opinó Juan. 

¿Y cómo hacemos? 

Tenemos dos formas: una, subir al techo exterior, y caminar sobre los vagones hasta alcanzar a la locomotora, el tren va lento, para alguien joven y ágil es posible hacerlo: la otra es trasladar el mensaje de vagón a vagón hasta que llegue al primero, lo pregunte, y luego devuelva la respuesta. 

Decidieron probar este segundo camino, menos peligroso. 

La pregunta “hacia dónde vamos” fue recorriendo los vagones. Tardó dos días en llegar al primero. El mismo tiempo tardó en regresar la respuesta. 

Ansiosos, los del vagón 42 preguntaron: ¿Qué respondió el maquinista? Que no lo sabe, dice que nunca transitó este ramal. 

Un profundo silencio envolvió al último tren. 

Crónicas de la pandemia 

El Antiguo caminaba por el centro de la calle, sin barbijo. 

Un par de Breves, que se le cruzaron, le dijeron:  

– eh, viejo, te falta el barbijo… 

– A Uds. también. 

– Pero somos jóvenes, podemos derrotar al Covid…. 

– Ah, sí, ¿Hasta cuándo?…posiblemente para cuándo el Covid se vaya Uds. serán tan viejos como yo…por otro lado, ¿quién arriesga más? A mí me quedan en la alforja unos diez años, a Uds., por lo menos cincuenta… 

En esa charla estaban cuando se acercó un policía, con barbijo, y les dijo:  – Uds. están transgrediendo la ley, tendré que multarlos, no se puede transitar sin barbijo…Ud. Señor, por qué no lo tiene puesto? 

– Me lo robaron… 

– ¿Cuándo? ¿Dónde? 

– En Sevilla, durante la gripe española, allá por el veinte del siglo pasado… – ¿Ud. me está cargando? ¿Se burla de la ley? 

– No Oficial, le estoy diciendo la verdad… 

– Pero eso sucedió hace cien años …. 

– A los jubilados nos descuentan la mitad… 

– Me parece que Ud. está algo loco…. 

– Por ahí vamos un poco mejor…me ha puesto algo loco el encierro, no lo aguanto más, así que decidí salir a respirar…por supuesto, sin barbijo. 

– Y uds. chicos, – dijo el policía a los Breves – ¿Por qué andan sin barbijo? – Yo me olvidé en la cama de mi novia… 

– Yo se lo puse por joder a mi perro y el maldito se escapó… 

– Yo lo tengo puesto, pero Ud. no lo ve porque es transparente…. 

– Bueno, no les cobraré la multa, pero por favor, aléjense de esta cuadra, que es el lugar que me asignaron… yo pienso lo mismo que Uds., esto sirve de muy poco, al menos por los resultados que observamos. 

– Si, además produce ampollas detrás de las orejas… 

– A mí me produce estornudos… 

– En cambio a mí se me humedece la nariz… 

El policía se alejó, pensando: la gente anda cada día más loca, y encima yo con este oficio…que me ordenan andar poniendo multas…me parece que voy a hacerle caso a mi cuñado y pongamos el quiosquito en el garaje… ofrecer algún delivery… tiene razón él, se vienen nuevos tiempos… y a las leyes no las respeta nadie… 

En esas cuestiones andaba, distraído, que no vio a dos muchachos que venían en una moto, el de atrás, con un revólver en su mano… 

– Vos sos el H de P que ayer multó a mi madre… y le disparó a la pierna… para que al menos no puedas caminar…le gritó, mientras la moto aceleraba… 

El Antiguo y los chicos se acercaron, pararon un auto que pasaba y le pidieron que lo llevara al hospital… 

El médico de la guardia le atendió la herida, le sacó el proyectil…¿Cómo fue? – le preguntó. 

– Me disparó un muchacho desde una moto… 

– Tuviste suerte, la bala apenas te rozó la arteria, si te daba allí, ya estarías muerto… 

En ese momento pensó en el nombre del quiosco. Lo llamaremos “La Esperanza”, se dijo en silencio, mientras sintió que se estaba durmiendo… 

– No te asustes, solo te apliqué un calmante, dentro de unas horas estarás bien, y mañana podrás irte a tu casa. 

A la semana siguiente, el policía, cargó dos cervezas bien frías y salió a la calle donde antes, le tocaba guardia. Vio venir al Antiguo y a los chicos, todos sin barbijos, él tampoco lo tenía.  

– Vine a brindar con Uds., me salvaron la vida, – dijo, mientras llenaba cinco vasos descartables – , dejé la policía, ahora tengo un quiosco en el garaje de mi cuñado. – Brindemos por la libertad, dijo el Antiguo. 

– Y por la vida sin barbijos, – agregaron los Breves. 

– Y porque no vuelvan las ampollas detrás de las orejas… dijo, alzando su vaso, el ex policía. – y por la novia tuya, donde dejaste tu barbijo. 

– En realidad, dejé algo más que el barbijo…voy a ser padre… 

– Así es la vida, dijo el Antiguo, así es la vida… y todos se fueron caminando, y sonriendo.  

El equilibrista enamorado 

Para transitar el futuro que se viene será necesario saber hacer equilibrio. 

Un primer consejo que dan los que saben, es no mirar hacia abajo, allí reina la pobreza extrema. Corres el riesgo de caer en ella. 

Se debe mirar hacia arriba y hacia adelante. Y no hay que caminar, hay que deslizarse. 

Un amigo mío se enamoró de la equilibrista de un circo. Ella lo invitó a dar un paseo por su mundo. 

La cuerda tensa estaba a una altura de veinticinco metros. Él la vio avanzar a ella con toda su gracia y su belleza, por la cuerda. 

Tuvo la intención de seguirla cuando ella le dijo: “ven, no tengas miedo, yo te llevaré de la mano”. 

Mi amigo tuvo la torpeza de mirar hacia abajo y tuvo su primer mareo. Y supo que estaba totalmente dominado por el miedo. 

Ella le alcanzó una caña con un contrapeso en cada extremo. 

Él quiso tomarla, pero se le cayó, y le pegó en la cabeza a un enano que andaba por ahí abajo, ensayando su actuación. El enano lo puteo y le dijo: “Ojalá te caigas”. 

Mi amigo entonces miró hacia arriba y adelante y supo que por allí estaba el cielo, la equilibrista le parecía un ángel. Pero como tal, inalcanzable. 

Decidió contener su amor y bajar por la escalera de cuerdas, que se balanceaba.  Mierda, pensó, mirando hacia abajo: “Esto es el infierno”. 

Mi amigo decidió invitar a la equilibrista por la tarde, a compartir un trago. Estaban sentados en un barcito frente a una plaza, cuando ella dijo: 

– Mira esas barandas. 

– ¿Cuáles? 

– Las que rodean a los canteros de la plaza, son bajitas, allí podemos practicar. 

Ella con un salto ágil quedó parada sobre una baranda, sube le dijo. 

El trepó con alguna dificultad, logro subir primero una rodilla y ella lo ayudó a enderezarse y poder pararse sobre la baranda. 

– Ahora debes avanzar despacio, detrás de mí, deslizando los pies. 

La gente comenzó a detenerse para ver el espectáculo. 

Cuándo lograron avanzar diez metros se escuchó el aplauso. Él se entusiasmó, quiso saludar, perdió el equilibrio, pero antes de caer y hacer un papelón, logró saltar con cierta gracia, cayendo parado. Un nuevo aplauso lo emocionó. 

– Perfecto – dijo ella – mañana volveremos a la cuerda de mi circo. 

Fueron a la hora de la siesta, cuando no había casi nadie. 

Al verlo llegar, los enanos se alejaron. 

Un viejo león mirando desde su jaula, se persignó. 

El payaso se escondió detrás de una sonrisa pintada. 

Decididos, subieron los dos por la escala colgante. 

La cuerda estaba tensa. 

No había red de protección. 

Ella se deslizó con gracia y seguridad, avanzó dos metros. 

Ven, le dijo, deslízate despacio, yo te espero, no mires para abajo. 

Abajo estaban todos los del circo, expectantes, asombrados. 

Un contorsionista, nervioso, se retorcía por el temor…. él tembloroso, miró al ángel que lo aguardaba, quieta y segura, allí, a solo tres pasos… sus hermosos ojos lo llamaban, sus piernas, tensionadas, eran aún más bellas…. 

… es mi oportunidad, pensó, y comenzó a deslizarse muy despacio hacia ella… 

…sucedió un imprevisto, una desgracia, una simple abeja se posó sobre el cable, justo delante de él…. No temas, no la mires, sintió que le decía ella… pero, su pie se deslizaba ya sobre la abeja, y ésta lo picó entre sus dedos…sintió que se caía…cayó…pero se aferró fuertemente al cable con sus manos…. 

Tuvieron que bajarlo los bomberos. 

Mi amigo cuenta que despertó tembloroso de su sueño. A su lado lo miraban su esposa y sus dos hijos. 

¿Qué te sucedió, Papá? 

Nada, tuve un sueño extraño, sentí que me caía. 

Se levantó, se lavó la cara, y se fue a desayunar. 

¿Sabes Papá que llegó un circo al pueblo? Podríamos ir a una función. No gracias, vayan Uds., me impresionan los circos. 

Pero pensó: ¿Tendrá una equilibrista? 

La copa de cristal 

Un amigo, joven, me contaba tristezas de desamores. 

Más que consuelo, buscaba explicaciones. 

Si necesitas conservar una relación por mucho tiempo, búscala en el espacio de la amistad – le dije -, las relaciones de pareja no suelen ser muy duraderas, son frágiles. Un gesto inadecuado; un comentario; a veces sólo una mirada, puede ser suficiente para que comience a germinar el desamor. 

Los amigos, en cambio, se ríen de las diferencias. Son como las copas comunes. Es raro, me dijo, todo estaba bien, de pronto todo comenzó a estar mal. 

Decidí contarle una historia. 

Un abuelo mío, de los de antes, me contó esta historia de su vida. 

Tenía una hermosa copa de cristal, heredada. El único ejemplar que quedaba de alguna vieja colección. Era de cristal. Bella. Traslúcida. Sonora cuando frotabas su borde o la golpeabas suavemente. Como un instrumento musical. 

Quería preservarla de posibles accidentes. 

Decidió guardarla en la parte de atrás de la vitrina hogareña.  

Delante de ella se ubicaban las copas de uso cotidiano. Que de tanto en tanto había que reponer, porque inevitablemente se rompían. A veces al lavarlas. Otras veces caían, producto de distracciones. 

La copa de cristal permanecía. Inmóvil. Inútil. Protegida por una muralla de copas útiles. 

Pasaron muchos años – dijo mi abuelo – un día me acordé de ella y fui a buscarla. Allí estaba. Bella. Transparente. Pero envejecida. Su sonido parecía no ser ya el mismo. No puede ser, me dije, eso no cambia. No puede cambiar. Sin embargo, había cambiado. La limpié con cuidado. Busqué un buen vino y la llené. Me fui con ella al jardín a beber el vino. Allí estuve, largo rato, hasta terminarlo. 

Finalizado el último trago, tomé a la copa y la arrojé con todas mis fuerzas, lo más lejos posible. Oí el estampido del cristal astillado. Vuelto fragmentos. Sentí como se deslizaban entre las hendiduras de la tierra, buscando el agua que los llevara nuevamente al río. A la roca. Al desorden. A la arena. Para alguna vez volver a ser vidrio. 

En sus últimas frases sentí su agradecimiento. La había sacado del encierro y le había devuelto la vida. Su vida. Su final. 

Cuando regresé a la casa – siguió contando mi abuelo – oí voces que decían: tenemos que comprar copas, quedan solo cuatro de la docena que compramos no hace mucho, se rompen con mucha facilidad. Si, le respondían: ya no son como las de antes. Bueno, pero son solo copas, simplemente hay que reponerlas, no hay que encariñarse con ellas. 

Así debes pensar al amor – terminó diciendo mi abuelo. 

De aquellas copas hay pocas.  

Posiblemente sean solo ilusiones, imágenes solitarias encerradas.  

Mi amigo me escuchó en silencio. Me miró. Me dijo: gracias.  

Y se fue. 

Cuando se alejaba, me preguntó: ¿Existió ese abuelo tuyo? 

Sabes que no, le respondí. La copa tampoco. 

Las preocupaciones del escriba 

Ser un escriba es un proyecto no alcanzado de escritor.  

Sencillamente, el escriba es un escritor a mitad del camino, que no sabe si debe avanzar. Quizá porque lo frena el desafío, o porque se siente bien allí, en un escenario pequeño, sin mucha trascendencia. 

Ser escritor suele significar publicar libros, un oficio cada vez más difícil y caro en estos tiempos. 

Un escriba en la red es un pequeño youtuber literario. Sin muchas pretensiones. Me gusta este concepto. 

Los escribas, en general, somos felices escribiendo aunque a veces se nos presentan conflictos. Hay escribas que solo escriben realidades, se suelen llamar columnistas. Otros escribas se dedican solo a fantasías, según la importancia de sus obras se denominan cuentistas, novelistas. En algunos escritos, que llaman ensayos, suelen dedicarse a estudiar o interpretar a los otros escribas, o a sus obras. 

El drama de un escriba combinado suele ser su doble vida, en la Realidad y en la Fantasía. Muchos cuentos se vuelven realidades y muchas realidades se convierten en cuentos. 

Algunos mal pensados piensan que los escribas andan confundidos o desorientados, porque creen erróneamente que se trata de categorías opuestas.  

Y en realidad, se trata de complementarias. 

Lo que sucede es que la cuota o proporción de cada una que sucede en la vida no es única o constante. Las proporciones varían con los tiempos y con los acontecimientos. No se debe 

olvidar que en este tema hay otra componente indescifrable: son los sueños. Éstos, a la vez pueden clasificarse en dos clases: los sueños del dormido y los sueños del despierto. 

Además deben manejarse las historias reales o ficticias que terceros le cuentan a los escribas con su típica frase: “esto debieras escribirlo”. Muchas veces no es fácil interpretar lo de terceros. 

Muchas veces lo hago. A ese formato suelo titularlo relato. 

Entre todas esas cuestiones deben mantener su cordura los escribas. 

Muchas veces la realidad nos encuentra sumergidos en una fantasía, o en muchas, que van formando una historia que se expresa en un cuento o en un intento de novela.  Entre esas dos categorías se ubican las novelas cortas o los cuentos largos, que son mis versiones preferidas. 

En realidad siempre quise llegar a escribir una verdadera novela, pero además de mi relativa capacidad o limitación intelectual (según se mire) hay un asunto externo difícil de resolver en este tiempo: las pocas ganas de leer cosas extendidas que tiene la gente.  Eso desmoraliza de entrada. No son pocos lo que me dicen (sin la intención de frustrarme) que escriba síntesis bien cortas…”es lo mejor que te sale”.  

Ese es, justamente, uno de los mayores desafíos del escriba. Porque en un cuento largo, en general, se pueden incluir historias, datos, geografías, paisajes, que con solo describirlos más o menos bien, el lector se entretiene viajando mientras transcurre la trama, que es el meollo del asunto, el que siempre cuesta resolver en términos del interés del lector y de la calidad del desarrollo. 

Bueno, me he confesado ya bastante.  

No es un oficio fácil el de escriba. Además es gratuito. No se vive de escribir. Al contrario, se vive para escribir. Y eso tiene costos. 

Sin olvidarse además, de vivir para vivir. 

Que es realmente lo importante. 

De Príncipes y Princesas

En una región lejana, y no hace mucho tiempo, sucedió esta historia de amor. La princesa se llamaba Ironía, era única hija de Irónico Primero.  

El presunto príncipe pretendiente, venido de otra parte del mundo, se llamaba Poema. – ¿Poema? 

– Si, lo llamaron así porque era muy versero. 

– ¿Y era realmente un príncipe? 

– Nadie lo sabe bien, ya te dije, era muy versero. 

– Pero lo cierto es que tenía aspecto de príncipe, era alto, delgado, pelo negro, ojos grises. Ironía, desde el primer momento en que lo conoció quedó prendada de él. – ¿Y él de ella? 

– Eso no se supo nunca bien del todo, Poema era muy versero. 

Pero el romance entre Ironía y Poema se inició y transitó el camino de los buenos amores. Salían por las tardes juntos, a recorrer la verde campiña, tomados de la mano. Iban siempre a un bosquecillo oculto de las miradas de la plebe (siempre curiosa y chismosa), tendían una manta tejida sobre el césped, se sentaban y se hacían arrumacos. Él le preguntaba: 

– ¿Tú me amas Ironía? 

Ella le respondía con una caricia sobre su mano (en esos tiempos los besos eran complicados, los habían prohibido desde la última pandemia). Y a su vez decía: – ¿Y tú me amas Poema? 

– Te amo como al cielo y la tierra, como a las nubes y a los mares, como a las montañas y a los valles, como a las flores, como a las verdes plantas….como a las estrellas… como al Universo todo…. (Ya lo dijimos, Poema era muy versero). 

Ella se extasiaba ante tales palabras, pensaba “de allí viene su nombre, es un poeta…, soy una afortunada”. Y apoyaba su espalda en el pecho de Poema, que distraído, con un palito perseguía a una hormiga. Ella suspirando, le decía: 

– Pediré a Papá que nos regale un pequeño predio, para que hagamos una cabaña, donde podamos compartir nuestros sueños… Él respondía: 

– ¿Por qué pequeño el terreno? ¿Por qué una pequeña cabaña? Nuestro amor merece un prado gigante, con un castillo en el centro, yo te imagino recorrer las galerías con tu cabello volando con el viento…te veo entrar a la sala de juego (donde yo estaré con mis amigos) y te escucharé decirme: ven Poema, te necesito… Ya voy Ironía, ni bien termine esta partida. 

– ¿Te gusta mucho el juego? 

– Si, Ironía, en mi tierra todo se decide con el juego, las propiedades, el amor, la tenencia de los hijos; la esposa del vecino…. 

– ¿La esposa del vecino? (Poema sintió que metió la pata, y agregó) – Es una forma de decir lo importante que es el juego, es un dicho popular…una sutileza… 

– A mí, eso me suena feo… – expresó Ironía. 

– Bueno, mi amor, eso sucede en aquellas tierras, son algo salvajes, por eso yo me fui… y tuve la suerte de encontrarte…. 

– Yo te estaba esperando, te soñaba llegando en un caballo blanco…pero tú llegaste caminando… 

– Si mi amor, a mi caballo lo aposté en un pueblo cercano y lo perdí…. – ¿Lo apostaste en un juego? ¿A tu corcel? 

– No, mi amor…lo aposté, lo dejé en una posta, mientras bebía en la cantina y luego no encontré la posta… di muchas vueltas, pero no la encontré… un viejo del lugar me dijo que se la habían llevado hacia estos lados…gracias a eso te encontré. (Poema zafó del percance, pero Ironía había sentido el peso de la duda). 

– Dime Poema, ¿Tú me apostarías a mí? 

– Posiblemente solo en una partida con los Dioses…. 

– ¿Un desafío de amor? 

– Si, o una partida de póker. O de dados. 

– Me parece que tú amas más al juego que a mí…. 

– No, mi amor, debes entenderme, soy un condenado por la cultura de mi pueblo, allí todo es un juego, el que no gana, pierde….no existe el empate, y perder es terrible… – Dime mi amor, ¿Cómo se llama la región de dónde vienes? 

– Buenos Aires mi amor, la Capi Fede, le dicen… 

Sueños o alucinaciones 

(Dedicado a Silvia Marques y a Victor Vieyra) 

Los primeros en llegar fueron camiones trayendo una gran cantidad de tablones. Después vinieron hombres, seguramente carpinteros, por las herramientas que traían. Limpiaron el terreno de la esquina y comenzaron a construir algo. 

Ese algo, poco a poco, fue tomado forma de escenario. 

Hicieron un gran pórtico en la entrada de la plataforma, cerraron con tablones machimbrados las paredes laterales. 

Después vinieron electricistas a poner luces. Un arco de luces en el pórtico y un par de reflectores laterales. 

Cuando concluyeron los electricistas vinieron los pintores y aplicaron colores apagados, que cobraban vida con la luz que proyectaban los reflectores y sus filtros. Llegaron luego hombres altos, con zancos, y con paciencia colgaron los telones. Y en otro camión llegaron muebles y baúles. 

Cuando ya se aproximaba la noche, en una camioneta, llegaron el director y los actores. Comenzó a acercarse gente trayendo sus sillas, como recomendaba un locutor improvisado con un altavoz manual. 

Un murmullo de impaciencia anunciaba que llegaba el gran momento. Silenciosamente se abrieron los telones, y en las sombras, una actriz y un actor, se miraban a los ojos. 

Comenzó la representación de la esperada función. 

Fue en ese momento que mi sueño concluyó. 

Me desperté decepcionado. 

No pude ver la obra. 

Sin embargo, a lo lejos, creo que escuché aplausos. 

Inocencia 

La inocencia suele ser pensar bien de las cosas, ver la parte buena. 

En los tiempos que vivimos ser inocente es un calificativo devaluado. 10

Es un inocente, dicen de alguien significando que se trata de un tonto, o un atontado, o un tipo fuera de la realidad. 

De la realidad de los intereses, contables, sonoros, metálicos. 

Pero el inocente camina por la vida pensando en otras cosas. 

Cuando pasa, lo acompañan los perros de la calle y lo respetan los pájaros. El inocente saluda a los que encuentra o cruza sin preguntarse si es buena persona. Lo supone, ese es su presupuesto previo, cree en la gente que saluda.  

El inocente no tiene tiempo para pensar mal de nadie, su mente está ocupada en cosas importantes, como la belleza, el amor, las buenas amistades. 

El inocente no es un distraído, sabe lo que sucede en el mundo de la gente, sabe cómo lo miran y miden los que andan corriendo tras los intereses cotidianos. Los que venden el tiempo que tienen y aún el que no tienen, y deben correr permanentemente detrás de relojes y almanaques. 

El inocente se sienta en la plaza y se le acercan las palomas y los perros. El inocente piensa, y sonríe por dentro. 

Sabe que todos podrán tener nuevamente catorce años y podrán creer en las palabras que una chica le dijo aquella vez. 

Y fue bien cierto. 

El inocente no es nadie especial, solo que sabe lo que quiere. 

Y no le interesan mucho las otras cosas. 

El inocente se levanta del banco de la plaza. Saluda a las palomas. Se despide de los perros callejeros y se va caminando hacia su casa. 

Posiblemente allí encuentre a aquella chica de los catorce años. 

El remisero 

(Un cuentito para veraneantes) 

Juan Alberto, se llamaba. Había sido profesor de geografía y de ciencias naturales en un secundario del Gran Buenos Aires. 

Muy callado y discreto era querido y respetado por todos en su pueblo. Cuando se aproximaba a los sesenta decidió comprar un auto y solicitar – con tiempo – la patente para trabajarlo de remis. Eso me ayudará cuando me jubilé – pensó. Lo cierto es que pudo comprar un auto mediano, usado, en buen estado, y poco a poco, con sus menguados ahorros lo fue poniendo “como nuevo”. (le gustaba decir eso). 

Juan Alberto obtuvo la patente de remis, y la licencia de conducir profesional, gracias a un concejal amigo que le empujó el trámite. Le costó solo una caja de buen vino. 

Por fin Juan Alberto se jubiló. Y se felicitó por su idea, porque el primer pago de su jubilación le llegó ocho meses después. Durante ese tiempo se defendió con el remis llevando chicos a la escuela durante la semana y llevándolos a las prácticas de fútbol los sábados.  

Cuando cobró todo lo adeudado por la jubilación le puso al auto aire acondicionado y vidrios ahumados.  

También hizo imprimir tarjetitas con un logo: “Remises Juan Alberto” a las que agregó solo su teléfono y su correo electrónico. 

Desde ese día se viene defendiendo bien, con el remis gana el doble de lo que cobra de jubilación. Menos mal que compré el auto – piensa – de no haberlo decidido no sé cómo sobreviviría. 

Pero el asunto clave de este cuento viene ahora.  

Resulta que Juan Alberto tuvo su aventura. Una producción de TV lo contrató para que trasladara chicas desde los pueblos aledaños a los casting que realizaban todas las semanas en la capital, para seleccionar participantes en el reparto de una telenovela que se llamaría “Un amor incondicional”, cuyo tema era, justamente, la historia de amor entre una chica treintañera y un trabajador del volante, un remisero. 

En uno de esos viajes conoció a Patricia, morena, bien formada de cuerpo, educada, bella, sugestiva.  

Juan Alberto quedó prendado de la bella Patricia. 

Y Patricia fue seleccionada para el papel principal de la novela. Tendría que llevarla todas las semanas, los jueves por la tarde, y esperarla en la puerta del estudio a las nueve de la noche, cuando finalizaba la grabación de los programas. 

Mientras regresaban al pueblo Patricia le contaba las escenas grabadas durante la jornada, y Juan Alberto alimentaba una creciente fantasía en la cual él se imaginaba ser el protagonista. 

Los sucesivos viajes fueron dando lugar a una creciente amistad entre Patricia y Juan Alberto, el cual confundido comenzó a interpretarlo como un germen de amor. Una noche, cuando regresaban, Juan Alberto la invitó a cenar en un pequeño restaurante que había en un punto intermedio, sobre la misma ruta. 

Patricia aceptó encantada, desde el mediodía no había probado un solo bocado. La cena transcurrió entre charlas y risas de historias que se contaban, mientras tomaban un vino amigo y se dedicaban miradas generosas. 

Cuando estaban finalizando la cena, Juan Alberto se animó, y le dijo: Patricia, tengo el doble de tu edad, pero me gustas… 

Aquí este cuento se vuelve democrático, y deja que el lector elija su desarrollo posterior. 

Una posibilidad romántica sería que ella respondiera: tú me caes muy bien Juan Alberto, pero no sé, me siento confundida, sigamos así, y veamos que sucede. 

(Esta posibilidad genera un camino de esperanza para un posible romance, y eso a su vez podría prolongar el cuento como se prolonga la telenovela que filma Patricia, en la cual sucede, justamente, una situación parecida). 

Otra posibilidad resulta de una respuesta diferente de Patricia: mira, Juan Alberto, tú me caes muy bien, pero podrías ser mi padre. Lo mismo sucede en la telenovela que estoy filmando. Todo esto me genera una gran confusión. 

(Si el lector elige este camino puede pensar muchas situaciones, en ese caso el cuento, y la telenovela pueden durar años, hasta que los lectores, y los televidentes se cansen de tanta reincidencia en cenas repetidas sin que realmente suceda nada). 

La tercera opción es un final abrupto. Ella le responde: tú estás medio loquito Juan Alberto, yo tengo marido y un hijo.  

En ese caso podría ser tu amante – responde él – , no, Juan Alberto – dice ella – eso sucede justamente en la telenovela y se arma una situación tremenda, porque en ella, mi personaje acepta la propuesta, y se van juntos a un hotel que hay al lado del restaurante.  (Aquí el lector tiene la posibilidad de decidir un camino de pasiones complicadas o el inicio de una amistad sincera – por parte de ella, no de él, que queda atrapado por una pasión nada resuelta, pero que no le queda otra que aceptar, venga lo que venga). 

Como Uds. entenderán, este cuento, como las telenovelas, se va construyendo todas las semanas. La trayectoria se elige de acuerdo con las tendencias de los lectores (o televidentes), que son medidas por encuestas que realizan, en el cuento, un amigo mío, en la telenovela, una empresa especialista. 

En los cuentos, como en las telenovelas, y en la propia vida, es difícil ya saber por dónde viaja la realidad y por dónde la fantasía. 

Cada lector puede completar este cuento a su gusto, o acorde a su creencia. 

Sobre el arte de construir las ganas 

Todo un tema en tiempos de pandemia. 

Debe haber una metodología – me dije -, la buscaré. 

Lo primero que encontré en las redes fue un psicólogo que me dijo una estupidez: “es un asunto que depende de ti mismo, de tu actitud”. 

Una verdad conmovedora e inservible – pensé. 

Decidí recurrír a los Antiguos. A los Antiguos en serio. 

Comencé por preguntarme ¿cómo inventarían las ganas los griegos?.  Con ese intento comencé la búsqueda. 

Tropecé con un dato fuerte: en la Antigua Grecia, existieron Siete Sabios.

Éstos se la deben saber – me dije – y comencé a explorar el tema. 

Lo primero que descubrí fue que estos siete sabios fueron designados por la tradición griega por su sabiduría práctica – vamos bien, me dije – pensando que era justamente en lo práctico, donde necesitaba recobrar las ganas. 

Lo segundo fue que cada uno de ellos logró destacarse mediante alguna frase breve, un aforismo, se dice. Excelente – pensé – es lo adecuado para estos tiempos de lecturas breves. Tiempos de twister. 

Buscando y buscando supe que Platón fue uno de los que mencionó a estos siete sabios que son desconocidos – en el presente – por la mayoría de nosotros, los desganados de la pandemia.  

Un tal Estobeo contradijo a Platón, quitando de la lista a Misón de Quene y poniendo en su lugar a Periandro. Mucho gusto, dije, respetuosamente. 

Esto se pone lindo – pensé sonriendo – las internas ya se daban en esos tiempos. 

Pero lo importante era determinar cuáles fueron los aforismos con los cuales lograron doctorarse como sabios – me dije – y aceleré mi curiosidad. 

Al primero que encontré fue a Cleóbulo de Lindos, al que le pregunté: ¿Qué dijiste, Cleóbulo? “La moderación es lo mejor”, – me respondió. Y agregó un complemento: “Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario”.  

Un comienzo realmente modesto – pensé – convencido que más adelante vendría lo mejor. 

Fue entonces que conocí a Solón de Atenas, el cual me dijo: “Nada con exceso, todo con medida”. Carajo – me dije – esto suena a trivial, de modo que descubrí que mis ganas disminuían, en lugar de aumentar. Perdí entonces el interés de continuar con su famoso Decálogo. Debe ser elemental – pensé -. Yo necesito algo más contundente para superar esta desidia. 

El siguiente que encontré fue Quilón de Esparta, el cual me dijo algo de Perogrullo: “No desees lo imposible”. Me sonó a sueños eróticos, olvidados ya, por las dudas. 

¿Y tú quién eres y qué puedes decirme? 

Soy Blas de Priene, y te digo que “La mayoría de los hombres son malos”.  Esto es algo para tener en cuenta – me dije – tendré que avisarle a las mujeres, para que su nombre encabece a las marchas por “ni una menos”. Anoten chicas: Blas de Priene. Vayan haciendo la pancarta. 

Algo desconsolado, seguí adelante, y di con alguien famoso (por fin), Tales de Mileto. Esperaba una frase definitiva, pero solo dijo: “En la confianza está el peligro”. Me recordó que ayer había leído justamente una nota sobre un tipo irresponsable que nadaba en su piscina, en la cual había metido a un cocodrilo. Es una verdad elemental, pero verdad al fin Tales. Útil para los desprevenidos. 

Pero mi desgano, obviamente, crecía. 

Apareció entonces el sexto sabio, Pitaco de Mitilene, expresando su frase famosa: “Debes saber escoger la oportunidad”. 

Este no agrega nada a mi desconsuelo – pensé ya abrumado por una búsqueda que a esta altura ya consideraba inoportuna.  

Me quedaba solo un sabio, ¿Tendría éste una respuesta que me ayudara?. Se trataba de alguien que había sido un tirano: Periandro de Corinto, que hizo cosas importantes – pese o gracias de ser tirano – proteger a los campesinos pobres y humanizar el trabajo de los esclavos. 

¿Qué has dicho tú para que la humanidad te considere sabio? – le pregunté. “Sé previsor con todas las cosas”. Me respondió, y se fue. 

Quedé un largo rato en silencio, pensando en los aforismos. 

Y supe que estaba naciendo en mí una esperanza. 

Supe que si a éstos, por lo dicho, los consideraron sabios, yo tenía todavía la oportunidad de escribir algo que interesara a la gente. Algo trascendente que me rescatara de la soledad intelectual que me estaba invadiendo. 

Y recuperé las ganas. 

Buen comienzo para un lunes, me dije, y me senté a escribir. 

La familia Cremada 

Si, se presta a algunas confusiones.  

El apellido de la familia es Cremada. 

Pero muchas veces los nombres o apodos condicionan, y mucho más los apellidos.  Cierto fue entonces que siempre, todos los miembros de esa histórica familia expresaron su deseo de que, al morir, fueran cremados. 

Y que todas las cenizas se guardaran en una misma caja, para seguir siendo y viviendo como una familia. 

En esa caja común descansan tatarabuelos; bisabuelos, padres, hijos, tíos, sobrinos, primos y primas (sin separación de sexos). Era, al decir de muchos, una caja promiscua. Pero también una caja creadora, mezcladora de realidades y sueños. 

Por decisión judicial debieron admitir las cenizas de algunas/os amantes casuales, provenientes de romances de corta duración. Famosas eran las cenizas de una voluptuosa mucama que fue disputada por dos tíos, que resolvieron el litigio con un histórico duelo a pistoletes, en algún siglo anterior. (Algunos sobrinos, ya fallecidos, afirmaron que tal duelo nunca existió, que hubo un arreglo, de amores compartidos, Pero eso no pudo confirmarse por falta de documentación certera). 

Los actuales descendientes de la familia Cremada son ahora propietarios de una famosa pompa fúnebre cuyo slogan dice: “Aquí nada se entierra, todo se crema”. 

Disponen de una colección de hornos y una interminable colección de toda clase de cajas de cenizas, las cuales no sólo se diferencian por tamaño, material o color, sino por las inscripciones que satisfacen a diversas religiones. Desde hace bastante tiempo las cajas de cenizas de los Cremada dominan el mercado. No solo el local, también exportan cajas de cremación a latitudes lejanas, con inscripciones en el idioma que se soliciten. Eso ha generado un fuerte mercado de trabajo para literatos y lingüistas desocupados, que le han puesto hasta un toque de imaginación al asunto. Y a decir de un Cremada contador, vienen aumentando las exportaciones, hemos tenido que triplicar la producción. 

Las cajas de cenizas de los Cremada han desarrollado un importante polo industrial metalmecánico, plástico y maderero. Hay varios modelos de cajas para cenizas. Las más económicas son de chapa plegada de acero inoxidable, con una tapa, no lisa, sino adornada con un escudo a elección de la familia; otras son de una aleación de zinc fundidas, simulando tiempos pasados, con patitas, tipo provenzal; una un poco más cara es similar pero tiene incrustaciones que simulan oro en su tapa; luego vienen las más caras, hechas con maderas nobles, talladas por artistas locales con diseños normales o especiales, sugeridos por los clientes. Las cajas de plástico, por el peso, son destinadas para los viajeros. 

Los Cremada están dando trabajo a siete ingenieros de diseño; tres artistas plásticos; once talladores expertos y unos ciento cincuenta obreros que dominan variados oficios. 

Es tan fuerte su influencia en la región que casi han desaparecido los cementerios y se han multiplicado los hornos crematorios. Es de buena nota social guardar las cenizas de los difuntos de la familia, en una caja marca Cremada, y colocarla en la sala genera un buen efecto, cuando los visitantes aprecian la calidad de caja elegida. Eso establece una medida del amor y respeto que la familia tiene por sus difuntos. 

También revela sin proponérselo, la condición económica, o el sacrificio familiar. 

Pero como siempre en las familias hay desavenencias, integrantes despreciados o por lo menos no muy apreciados, los Cremada han desarrollado unas cajitas pequeñas, llamadas “paralelas”, para que las familias guarden en ellas las cenizas de los no muy apreciados. Estas cajitas son de chapa negra y generalmente no las ponen a la vista de las visitas, justamente, para no hacer públicas las desavenencias. 

Otras cajitas pequeñas, de color rosa, son solicitadas por quienes quieren conservar las cenizas de un/a amante que fue en su vida un amor oculto. Por respeto al último deseo del difunto/a las familias conservan también esas cajitas rosas, sin exhibirlas mucho, y generalmente las encargan sin inscripciones. Puro prejuicio. En el fondo subyace un irrespeto por la vida y la felicidad que se esconde en un oscuro pensamiento: “total ya está muerta o muerto”, según el caso.  

Sin embargo, no hace mucho, un descendiente joven literato de los Cremada acaba de publicar un exitoso libro en el cual afirma que la vida de las cenizas continúa, que es eterna, que por las noches las cenizas escapan de sus cajas y organizan reuniones y fiestas (algunas bastante paganas o desprejuiciadas).  

Allí se juntan queridas y queridos de todas las edades en un encuentro sin tiempo, reviven amores, incluyendo algunos intercambios deseados pero nunca concretados en la vida, y ahora permitidos.  

El libro del joven escritor Cremada ha revolucionado las costumbres. El negocio de la cremación se multiplicó no menos de tres veces en el primer año de la publicación. Han aparecido innumerables modelos de cajas para cenizas, algunas con inscripciones de artistas célebres que descubrieron ese nuevo mercado justo cuando decaía el de los libros; también han surgido las famosas cajitas de ceniza para viajes (de bolsillo) que muchos viajeros llevan cuando van de vacaciones para no dejar que ocurran encuentros promiscuos entre sus finados, queridas o queridos. Y menos aún entre los de un mismo sexo que comenzó a suceder con mayor frecuencia en los últimos tiempos. 

En fin, hay mucho más para contarles sobre este alucinante universo que le ha quitado, sin pensarlo ni pretenderlo inicialmente, dramatismo a la muerte, convirtiéndola en lo que siempre debió ser: la continuidad del destino. 

Mi amigo César Pelliza 

(dedicado a Manolo Santirso, un cómplice de la aventura) 

César Pelliza es riojano. Descendiente de una de esas familias tradicionales de La Rioja, a los cuales les cuesta mucho alejarse del algarrobo del abuelo. 

Se recibió de arquitecto en Córdoba, pero, obviamente se fue a trabajar a su Rioja. Sin embargo formó pareja con una descendiente del otro extremo biológico: la “gringa” Ana María, descendiente de pura estirpe itálica, de alguna rama inmigrante. Por suerte, en nuestro país, las razas diferentes se juntan sin prejuicios. Por eso César venía para Córdoba con frecuencias semanales. 

Al comienzo en colectivo, la Cotil, El Nevado, o lo que pudiera alcanzar, para llegar los viernes por la noche. 

Fanático de los autos pudo por fin comprarse uno. 

Desde ese día se sintió libre como un puma de Los Llanos, fiel a su ascendencia, vinculada al Chacho. 

César, junto con otros que seguramente irán apareciendo en estas notas, era un adicto cárnico al asado. 

Ana María no, de semi vegetariana, se fue acercando a lo casi vegano. Por eso esta es una historia extrema, que alguna vez ya conté, pero vale la pena repetirla. 

Llegó César a Córdoba una nochecita de viernes, traía en el baúl dos cadáveres de pecarí, que según él vio como una camioneta delante suyo los atropellaba y los mataba. Nunca le faltaron cómplices para el desguace previo a la parrilla. No sé a qué casa fue para descarnar a las bestias de casi 30 kilos cada una, trozarlas, separar partes urgentes para las parrillas de sábado y domingo, y separar a las otras en bolsas apropiadas para regalar a los amigos, y llevarse un par de ellas, camufladas, al freezer de “la gringa”. 

Dicen que “la gringa” despertó en domingo, oteó con su delicado olfato el aire y pensó: esto huele a salvaje.  

César aun dormía vigilante, con un ojo abierto por las dudas quisieran tirarle a la basura semejante trofeo conseguido. 

Llegó a mi casa cerca del mediodía con la bolsa en su mano. 

Qué te parece si comemos esto antes que “la gringa” me expulse definitivamente? ¿Y el Manolo? – pregunté. 

Está tratando de convencer a su Manzanita que le deje guardar un trozo en el freezer. 

Nota del autor: A ella le decíamos Manzanita desde el día que viéndonos comer como salvajes, ella optó por sólo esa fruta. 

La post pandemia  

(Un modo diferente de mirar a la vida). 

Tendremos una mirada diferente, más aferrada al presente que al futuro. La estadística que muestra que se mueren los más viejos hace pensar que no fue tan buena idea prolongar demasiado la vida con artificios. Ha resultado ser solo un gran sorteo. Han caído más aquellos que curaron males prematuros, sin embargo, aquellos males permanecieron y reaparecieron de forma súbita.  

La comorbilidad la llaman. 

No te mata el virus, te matan las enfermedades previas, esas que con tecnología evitaron que te mueras antes. 

Hay dos formas de leer este resultado: una, es que después de todo, logramos vivir más; la otra tiene signo de pregunta: ¿Logramos vivir mejor? 

Algunos si, otros, muchos, no. 

No es fácil de predecir qué pasa cuando alteramos la naturaleza. Porque no sucede solo una cosa buena (como prolongar la vida).  

Suceden otras cosas.  

El resultado individual viene acompañado por muchos cambios que están matando a la vida colectiva y al planeta. 

Porque el avance de la tecnología es como un tsunami.  

Una ola gigante que arrastra todo.  

Que mal distribuye. Que contamina.  

Festejamos salvar una vida con un trasplante y miramos para otro lado cuando sabemos que muchos mueren de hambre, y sin medicamentos, porque son inalcanzables. Y estas cosas no son solo una cuestión de clases sociales, los trasplantes se realizan también en hospitales públicos. Te toca un órgano por lista de espera. Es como un sorteo, te salvas o te mueres. O se muere el otro.  

El Covid nos está haciendo pensar en forma diferente. 

Ha regresado la fragilidad a la vida. 

Esto nos devuelve a la valoración de cosas olvidadas. 

Que el chin-chin no sea una cosa intrascendente que sucede en cualquier momento y por cualquier cosa.  

Eso de andar festejando demasiado no es muy bueno. Nos confunde. Nos dispersa. Debemos concentrarnos para celebrar lo realmente bueno. Y si es profundo, mejor. Este año hemos festejado poco y a distancia. 

Comprobamos que no es lo mismo pero que puede ser suficiente, lo importante no es el festejo, es lo que sentimos y pensamos. Eso ha sucedido.  

Y sigue y seguirá sucediendo. Cada vez más. 

El distanciamiento no ha logrado separar a quienes no quieren separarse. También ha puesto en descubierto relaciones insostenibles. 

Se ha sincerado la vida ante el temor a la muerte. 

Estoy escribiendo en pasado sin embargo la historia no terminó. Esta replicando fuertemente. Nos obligan a seguir pensando. La vacuna no aparece y no la sentimos segura o eficiente. El drama continúa. 

Desde Europa nos llega un nuevo alerta. 

La naturaleza y la sabiduría nos miran y esperan impacientes un mensaje, un signo nuestro, de comprensión siquiera.  

Una intención sincera de cambiar el rumbo. 

Salirnos del desastre que estamos promoviendo. 

También nos miran y nos esperan los animales indefensos, los ríos, los glaciares, los bosques y los mares. Todos están esperando nuestro gesto. 

Los niños, confundidos y solos, también esperan. 

Ha sonado el Covid como un estruendo. 

Debemos despertarnos. 

No es muy tarde todavía. 

De China con amor 

No exactamente de China, sino de su vecina isla, Taiwán, me llegó hace unos días un extraño osito de peluche, dijo Jennifer, una chica norteamericana, a una amiga argentina, Ana, con la cual convivía. Ambas estudiaban en una universidad de La Florida. – Esos ositos son muy populares en mi país, le dijo Ana, fue un ícono del rock nacional de 

los comienzos de siglo, que pusieron en escena los Auténticos Decadentes, una banda exitosa de nuestro país. 

– ¿Por qué me llega a mí? – preguntó extrañada Jennifer. 

– Posiblemente te lo mande, como cumplido, algún argentino que te quiere conquistar. 19

– ¿Desde Taiwán? 

– Sí, eso es bien raro…¿No tendrá un mensaje adentro? 

Con mucho cuidado, para no romperlo, comenzaros a revisarlo, hasta que encontraron un bultito duro en su interior. Decidieron hacerle un corte pequeño en su piel vellosa para extraer el bultito. Lo lograron, y quedaron sorprendidas. Era un frasquito, cuya etiqueta decía Fentanyl… 

– Carajo, eso es Fentanilo, una nueva droga que contiene opio diluído, muy peligrosa, porque es altamente adictiva. La están promoviendo. 

– Si, la conozco, un amigo me habló de ella… pero ¿Quién me la manda? – Creo que eso nunca lo sabrás, debe ser una estrategia de distribución, para instalarla en el mercado. 

Qué lo parió….las cosas que llegan de China….o de sus cercanías. Ni en los ositos de peluche se puede confiar. 

Al día siguiente, en la universidad confirmaron que cientos de ositos de peluche habían llegado a muchas compañeras. 

Homenaje a Febrero 

Desde el Gran Congreso Secular de los Escritores llamaron a José, el mayor carpintero de todos los tiempos. 

¿Qué queréis de mí? – preguntó José. 

Queremos que construyas una gran biblioteca para la literatura… 

Imposible – respondió José – no alcanzará toda la madera del planeta para dar lugar a vuestra imaginación…cada día, cada semana, cada año, publicáis más y más novelas… Está bien, – expresó quien actuaba de vocero de los escritores – desde ahora nos dedicaremos a escribir solo cuentos, más breves… 

Eso no resuelve el problema – respondió José – vosotros publicáis los cuentos agrupados en libros similares a los que publicáis las novelas… 

¿Qué nos propones José? 

Que encuentren la forma de sintetizar al máximo la expresión de vuestros sentimientos. 

Los escritores discutieron durante semanas y meses el complejo tema, al final alcanzaron la gran conclusión. 

Y anunciaron el retorno de la Poesía. 

La Niña de Guatemala 

María García Granados y Saborío, era, por los setenta del siglo XIX, una dama de sociedad guatemalteca, hija del general Miguel García Granados.  

María, además, era sobrina y nieta de María Josefa García Granados, influyente poetisa y periodista.  

Cuando el poeta y patriota cubano José Martí llegó a Guatemala en 1877, frecuentando la tertulia del general García Granados se enamoró de María, pero no pudo corresponder el amor de esta por estar comprometido para casarse.  

Martí, con solo 24 años, llegó a Guatemala procedente de México. En el país azteca había tenido éxito profesional como periodista y escritor y se había reencontrado con su familia tras su deportación política a España en 1871.  

En Guatemala conoció a la actriz dramática Eloísa Agüero y, finalmente, se comprometió en matrimonio con su futura esposa, Carmen. 

Cuando Martí encontró a María García Granados, una dama cosmopolita e ilustrada, quedó inmediatamente prendado de ella.  

Todo parece indicar que María no respondía al patrón de muchacha tímida y vulnerable. Publicaciones guatemaltecas de la época hablan de su participación relativamente activa como música y cantante fuera del hogar, en actividades artísticas públicas, organizadas por sociedades e instituciones.  

Coinciden, incluso, con la presencia de Martí, quien interviene en una de ellas como orador. Al parecer, se trataba de una joven popular dentro de la sociedad capitalina de la época; María seguía así los pasos de su tía y abuela María Josefa, quien había muerto en 1848 y que había sido además de poetisa y periodista, muy influyente en los gobiernos conservadores de Guatemala. 

Martí, que en Guatemala se ganó el calificativo de «Doctor Torrente» por su gran capacidad oratoria- impartió clases a María en la Academia de Niñas de Centroamérica desde junio de 1877, meses después de su llegada a esta nación centroamericana.  

Cuenta un amigo de Martí: María era una joven interesantísima. Llevé a Martí a un baile de trajes, que se daba en casa de García Granados, a los dos días de haber llegado a Guatemala; estábamos los dos de pie, en uno de los hermosos salones, viendo desfilar las parejas cuando vimos venir del brazo a dos hermanas señoritas. Me preguntó Martí, “¿Quién es esa niña vestida de egipcia?”—“Es María, hija de la casa”. La detuve y le presenté a mi amigo y paisano Martí, y se encendió la chispa eléctrica..” 

José María Izaguirre, cubano que quien vivía en Guatemala en ese tiempo y era director del entonces prestigioso Instituto Nacional Central para Varones, nombró a Martí profesor de Literatura y de Ejercicios de Composición.  

Izaguirre, además de ocuparse de las labores docentes, organizaba veladas artísticas y literarias a las que Martí asistía con frecuencia. Allí fue donde conoció a María, esa hermosa adolescente, siete años menor que él. El padre de ella, el general Miguel García Granados había sido presidente unos cuantos años antes y gozaba de mucho prestigio en la sociedad guatemalteca; pronto se hizo amigo del emigrado cubano y lo invitaba a su residencia a jugar al ajedrez con frecuencia, oportunidades en que Martí se encontraba con María. 

Cuenta la historia o leyenda (no se sabe bien) que María y Martí vivieron un intenso romance. 

A fines de 1877, Martí se fue a México y regresó a inicios del siguiente año, ya casado con Carmen. 

María, que lo amaba, lo esperaba, y no pudo soportar la escena del regreso de Martí casado con otra mujer. 

Sigue contando la leyenda que ella le envió un mensaje: “Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto.” 

El 10 de mayo de 1878, a sus diecisiete años, murió María García Granados y Saborío, lo que daría lugar a una triste leyenda inspirada por los amores frustrados entre el poeta y prócer cubano José Martí y María. 

En 1878, Martí, le dedicó a ella, entre otros, el poema: “La Niña de Guatemala”. 

Una breve historia de Juan Valdez 

El tipo se llamaba Juan Valdez, con su mula transportaba café, allá en Colombia, ¿lo  recuerdan? 

Dos de sus nietos emigraron, tienen actualmente un café en Santiago de Chile, o en otra  ciudad, no lo recuerdo bien. 

Otros se quedaron con el clásico café en Bogotá y otros más, parientes y amigos, en otros  estados colombianos y varios países del Caribe. 

Lograron construir una poderosa franquicia. La franquicia del buen café. 

Una vieja historia real, representada luego por un actor, que ya murió, se llamaba Carlos  Sánchez. Después otros actores lo fueron representando a medida que el tiempo avanzaba y Juan Valdez permanecía. 

Juan Valdez pasó a ser sinónimo de café de Colombia, exquisito y humeante, disfrutable. 

Cuenta una historia, que no sabemos si es cierta, que un día complicado, Juan Valdez  cruzaba con su mula el Río Magdalena, que venía crecido.  

El agua lo arrastró, con mula y todo. Los sacos con café flotaban a la deriva, llevados por  una corriente, lenta hacia las orillas pero indetenible y algo furiosa en el centro del lecho. 

“Por favor mi mulita, llévame a la orilla” – decía Juan Valdez, ya percatado que la cosa  empeoraba. 

La mula no escuchaba, conocía su oficio. Sabía que aguas abajo existía el recodo.  Allí, solo allí, tendría su oportunidad.  

“Mulita mía, el agua ya me llega a comienzo de mis piernas, me golpean ramas, algunas  con espinas…vamos mi mulita, llévame a la orilla..” 

Mula es mula, pensaba el animal, sabía lo que hacía…”no te lamentes tanto Juan…tu  elegiste el día y el camino…” “Si pero la lluvia era lenta entonces…”. “Juan, siempre te  dije que debes mirar a la montaña…de por allí se vino esto…” 

Un saco de café se desplazó hacia el centro del río y desapareció en la espuma. “…ayy diosito, dile por favor a esta mula que busque la orilla…” 

“mula es mula, – Dios le respondió – confía en ella”. 

Poco después llegaron al recodo. Allí, en la orilla, el agua como que retrocedía, embalsada  por la curva… la mula sin duda alguna se dirigió a la orilla y la alcanzó en un par de  minutos… Ya a salvo, sobre una roca, Juan le dijo a la mula: “perdimos el café”. No, dijo la mula, los sacos de café estarán enredados aquí a la vuelta, en un ramaje que  cruza a la corriente. 

Allí los encontraron, algo mojados pero a salvo. 

Juan acarició a la mula y le dijo: “tú si sabes cómo son estas cuestiones de la vida, me has  salvado…”. 

Nos salvamos los dos, respondió la mula, y salvamos el café de nuestro pueblo. 

Desde ese día Juan Valdez junto a su mula, recorren los murales de gran parte del mundo,  aún en esos lugares remotos que no saben lo impetuoso que es el Magdalena, cuando crece. 

Nota de la redacción:  

Como personaje y como marca, Juan Valdez se ha convertido en un hito publicitario y de  reconocimiento, puesto que pocas marcas impulsadas y desarrolladas por productores agrícolas han  alcanzado niveles similares de difusión y reconocimiento.  

Con Juan Valdez, su mula (Conchita) y las montañas de los Andes colombianos en el fondo, el  propósito del logotipo es identificar y garantizar la distribución de las marcas que representan  al café 100% colombiano. 

En 2002, la FNC lanzó la franquicia de tiendas de café Juan Valdez. Tiene más de 200 locales en  Colombia y otros países de América, Europa y Asia.” 

Breve historia de amor 

(Cuando el Topo se enamoró de Luisa) 

Cada vez que se inicia una aventura realizamos una reunión en El Sitio con los protagonistas de nuestro grupo. Allí revisamos los planes, los primeros borradores, el enfoque y el estilo, antes que yo inicie la versión. 

Aquella tarde estábamos a punto de iniciar la historia que viviríamos en Desde Iquitos a Manaos, para ultimar los últimos detalles antes de iniciarla. 

Uds. ya conocen a Luisa, la antropóloga del Conicet, la compañera de Andrés y de Pier en La Cueva de Recife, la de la bikini en El Diente de Buda.  

Luisa no es una mujer muy bella, pero es sensual e interesante. Concentrada en sus investigaciones y dispersa en sus sentimientos. 

Tuvo de joven un matrimonio fracasado con un colega que conoció en la Universidad. No tuvo ni tiene hijos. 

Todo parece indicar que es pareja de Andrés, pero eso es impreciso. Nunca se termina de comprender si la relación existe o es solo profesional. De hecho son muy distintos, les costaría mucho convivir más allá de las aventuras que comparten. 

El día que el Topo la conoció, quedó impactado. Se lo notó sonrojado cuando Luisa lo abrazó cariñosamente. Mucho más se sonrojó cuando los perros aplaudieron. 

Estábamos aguardando un asado en la galería de El Sitio. Todos hablaban, contaban historias, verdades y mentiras de sus vidas, Luisa callada, solo sonreía. El Topo la miraba extasiado. 

Fue Amaicha quién le dijo: 

– Topo, te noto como extraviado. 

– Estaba soñando despierto – respondió. 

– Eso es muy peligroso – dije yo – citando una frase que Hugo Pratt puso en boca del Corto Maltés, cuando éste dormitaba tirado junto a las ruinas de Stonehenge y hablaba con un cuervo que lo sobrevolaba. 

– ¿Por qué es peligroso? – preguntó el Topo. 

– Porque como dijo Amaicha, puedes extraviarte. 

– No se preocupen, yo no me extravío, he aprendido que las montañas son altas, y no es fácil escalarlas. 

– Haces bien en pensar eso Topo – dijo Luisa, que había recibido el impacto de la mirada. – ¿Qué les parece si tomamos un trago y brindamos por todos los encuentros? – propuse para superar el momento que se ponía algo complicado. 

– Aceptado, dijo el coro. 

Errede me ayudó y trajimos cervezas con una picadita suave, cuestión de no cargarse mucho antes del asado. 

Los perros aplaudieron a rabiar. El Topo se puso a armar un cigarrillo. Pier, callado, sonreía con Amaicha, se sabían cómplices. Luisa aprovechó y se fue hacia el baño a arreglarse un poco el pelo, eso dijo. 

José Luis y Fernando se me acercaron y me dijeron riendo:  

– El Topo nos ganó de mano a los tres. 

– ¿A cuales tres? – pregunté – Uds. son solo dos. 

– A ti también te incluimos Charly, no te hagas el bolu. 

Cuando regresó Luisa, todos suspiramos. 

Nos sentimos solidarios con el Topo. 

Andrés, en silencio, pensaba: “Estos no saben en qué se están metiendo…”.

También regresó Amaicha 

Me dijo que el distanciamiento le dio una nostalgia ancestral y se fue por un par de semanas a los Valles Calchaquies.  

Encontró las ruinas de un ranchito que supieron construir hace algunos siglos sus ascendientes. Allí nacieron y crecieron los abuelos de los abuelos de sus abuelos…y algunas generaciones más. 

Cuando era niño fueron los González, sus padres adoptivos, quienes lo llevaron a conocer el sitio. Ese día supo que su vida, de tanto desencuentro, se volvería eterna. – Eso sucedió hace más de cuatrocientos años, Charly. 

– ¿Por qué decidiste ir, Amaicha? 

– Mira Charly, con este tema de la pandemia ya no queremos pensar en el futuro, por lo incierto, y del presente no hay mucho para hablar, todo son cifras y estadísticas, entonces creo que todos andamos revisando pasados, recuerdos, nostalgias…¿Verdad? 

– Si Amaicha, tienes razón, con toda la gente que he hablado en estos días, los sentí refiriéndose al pasado… incluso se juntan en las redes para recordar cosas vividas en la infancia, en la escuela… 

– Si, Charly, algo de eso me sucedió, quise visitar la tumba de mis padres, los González, pero ya no estaba, en el cementerio han removido todo para hacer espacio, sentí que me borraron mi último pasado y entonces decidí ir a buscar al anterior, al de mis ancestros, y me fui para los Valles…allí no cambia nada, algo derruido, vuelto más que tapera, pero allí estaban los restos del ranchito….mis ascendientes no hacían tiendas en las tribus…todo lo hacían con piedra, era lo que más abundaba, las pieles las guardaban para hacerse ropa, abrigo, las noches son frías en los Valles. 

– ¿Y te quedaste allí? 

– Si, varios días. Removiendo la arena encontré estas dos puntas de flecha, mira que belleza,…están hechas de piedra tallada… talladas piedra contra piedra, ellos no tenían herramientas…solo había piedra allí, piedra y arena. 

– ¿Te dio tristeza, Amaicha? 

– Si, Charly, una gran tristeza, por mi pueblo. Esa zona ahora es desolada, en estos días ni turistas pasan…pero cuenta nuestra historia que en el tiempo anterior allí había mucha vida, no solo humana, muchos animales, llamas, guanacos, chivos del monte, liebres de la sierra, zorros, pumas, mulitas,…, iguanas, lagartijas, cuises… en fin, también había algo de bosque en los vallecitos a resguardo del viento.. en los arroyos había peces… 

– Eso es bueno Amaicha, dedicar un tiempo a rescatar esos recuerdos, una forma de mantener vivas las culturas. 

– Si, Charly, yo siempre lo hice, de tanto en tanto me hacía un viajecito, pero esto, ahora, lo ha provocado la pandemia… y es un cambio muy grande, habrá un antes y un después del covid…seguramente lo recordaremos como “la era del barbijo”…una curiosa descripción de la impotencia. 

– Hablando de barbijos, el tuyo es extraño… 

– Sí, lo hice con tela de arpillera, de esa de las bolsas de harina, creo que es bueno…con una bolsa que me regalaron en la panadería hice sesenta barbijos para el barrio… algunos les han pintado figuras….como si fueran tatuajes. 

– Muy bueno lo tuyo, Amaicha, la gente pobre no tiene como comprarlos…

– Si, y si no le llevan puesto, no los dejan entrar en ningún lado… 

– Bueno Amaicha, que te parece si encendemos un fueguito, tengo una tirita a mano, y un vino fresco en la heladera, te parece? 

– Me parece estupendo – respondió el Cimarron, que siempre escucha lo que le interesa. – A nosotros también – agregaron los otros integrantes de la pandilla. 

– Mientras tú Charly, haces el fuego, deja que Amaicha me cuente un poco de historias de los calchaquíes – solicitó Errede. 

Supe que todo estaba normal en El Sitio, Amaicha contando historias o leyendas; Errede escuchando y grabando; la pandilla alrededor, yo pensando en la paz y libertad de este lugar, haciendo un fuego como los de antes, con leñitas secas, destapando un vino tinto, mirando a los pájaros felices en los comederos, festejando el agua del regador que los salpica y les remueve las plumas,… 

Todo está en orden – me dije – es un domingo como los de antes, pese a la pandemia. 

Aquellos tiempos 

Esa noche en la tribu resonaban los timbales. 

Había un doble festejo: terminaba la peste y también el año originario, el que marcaba el sol y la luna, los amantes del cielo. 

La tribu festejaba, la chicha de maíz se repartía en las bocas. Todo era alegría y danza. Solo el hechicero, en un rincón alejado estaba preocupado, pensaba que algo iba a ocurrir, no podía evitar ese pensamiento. 

En un momento de la noche el hechicero se paró, se dirigió al centro de ruedo, donde ardía la fogata y gritó: ¡¡ Paren los timbales, basta de chicha, la peste no ha terminado, recién comienza!! 

Nadie le hizo caso. Los más jóvenes rieron. Continuaron los timbales y siguió corriendo la chicha. Las parejas borrachas buscaban la playa más cercana. 

El hechicero, solitario, trató de hablar con el dios sol y con la diosa luna, pero fue imposible, el sonido incesante de los timbales tapaban sus palabras. 

Supo en ese instante que estaban a punto de cambiar los tiempos. 

Al amanecer, cunado todos dormían su alegre borrachera, tres carabelas se recortaron en el horizonte. 

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