306. Veinte años no es nada

Hoy, sábado 11 de septiembre, se cumplen veinte años desde aquella mañana que aviones suicidas, cargados de pasajeros indefensos, fueron estrellados contra las torres gemelas de New York y otros objetivos norteamericanos.

Todos supimos, después de ese día, que se había producido un hito decisivo en la historia del mundo: comenzaba otra guerra.

A partir de entonces sabemos que cualquier cosa puede ser un arma letal. Un ómnibus o un camión atropellando a una multitud; cerebros salvajes con cuchillos en sus manos, degollando a transeúntes; explosivos en el metro de cualquier ciudad; explosivos poderosos capaces de cambiar la inclinación del eje del planeta, alterando su clima; y por qué no, pensamos, desde hace un par de años, pueden diseñar un virus que no tenga defensas y pueda liquidar gente, con solo contagiarlas.

Esa duda tuvimos cuando apareció el Covid 19, quizá no pensado como un atentado sino como un accidente sucedido en un laboratorio desde donde se escapó.

Es solo un pensamiento, solo una duda,  no la puede resolver nadie, y de tanto en tanto aparece fortalecida por confusas versiones.

En estos veinte años pasaron muchas cosas. Los occidentales se cobraron la deuda del atentado contra las torres y de paso avanzaron sobre el petróleo de algunos pueblos árabes.

Mataron a varios de sus líderes en causas justas o injustas, no importaba, la moneda estuvo echada a pocas horas, cuando todavía se veían los restos humeantes de aquellas torres. 

¿Se había iniciado la Tercera Guerra?

Algunos opinaron que era la Cuarta, la Tercera ya estaba en desarrollo en casi todos los continentes, en los cuales el poder había decidido no aceptar la autoridad de los pueblos.

Posiblemente esta fue, explícitamente, la claudicación de las democracias.

Desde entonces, los pueblos, muy desinformados, se mueven confundidos, pero no resuelven nada. En algunos casos ni siquiera opinan, sabiéndose desnudos frente al control total de las comunicaciones.

Si, parece que también claudicó la libertad, junto con la intimidad.

Todos ya sabemos que si nos portamos mal, algunos son capaces de meternos un misil por la ventana. Y otros pueden estrellarnos un colectivo, a la salida de la escuela.

Si, en estos veinte años pasaron muchas cosas.  Aparecieron, por ejemplo, enfermedades extrañas, que obligan a aplicarnos vacunas todos los años para prevenir pestes que mutan y que nos obligan a comprar medicamentos de alta tecnología, que solo pueden producir los grandes laboratorios, y que, si esto sigue así, controlarán al mundo.

Simultáneamente se nos derrumba el medio ambiente, se nos contamina el aire, el agua y la tierra; desfallecen los mares, mueren peces y crustáceos, se suicidan las ballenas, mientras, inconscientes de que todo puede derrumbarse en un segundo, se siguen construyendo ciudades gigantescas con edificios de cientos de metros que desafían al espacio.

Y en sus suburbios, gente silenciosa y triste busca que comer en los depósitos de basuras.

En estos veinte años hemos desarrollado tecnologías útiles y tecnologías inservibles; estamos utilizando materiales irrescatables por la naturaleza; hemos retrocedido en la cultura profunda y trascendente y avanzado aceleradamente en los pasatiempos y en las vanidades. Hemos tapado nuestros cuerpos con tatuajes que desorientan a las caricias sensuales, que tropiezan de pronto con una estrella o con un monstruo. Posiblemente no entendemos muy bien por qué lo hacemos. Pero muchos lo están haciendo, sin explicarnos sus porqués.

Es posible que estos veinte años queden en la historia como los peores, pudiendo haber sido los mejores. 

Somos altamente contradictorios: diseñamos aparatos y máquinas para alcanzar el cielo, pero decidimos quedar atrapados en el infierno.

Muriendo lentamente, junto con todo el resto de las especies inocentes, vivimos sumidos en los estragos del efecto invernadero, de las pestes y de la violencia sin límites.

¿Será posible cambiarle el signo a los próximos veinte?

Espacio Cultural El Sitio

Septiembre 11, 2021.

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