Dentro de los modelos nacionales, tanto en el universo capitalista como socialista, vuelve a resurgir el concepto de los “saldos exportables”.
Lo están poniendo en escena las vacunas.
Muchos países que las producen en sus empresas (públicas o privadas) se sienten obligadas de decir: no podemos exportar hasta que no cubramos la demanda interna.
Eso podría denominarse “soberanía vacunatoria”.
Hasta bastante avanzado el siglo pasado, los países exportaban sus saldos.
Esto significaba resolver primero la demanda interna, con precios nacionales, asociados a sus costos y no a los precios internacionales.
Pareciera una ecuación mal resuelta – para la lógica de los economistas mercantilistas – ya que en las últimas décadas se vino aceptando que los precios de los productos no deben fijarlo los costos sino las ventas.
Un concepto relativo si se lo plantea en términos del escenario de los patrimonios nacionales, en los cuales reina el concepto que los recursos que existen debajo del suelo, no son de los dueños del terreno sido del Estado, es decir de todos los ciudadanos.
En el caso de los alimentos naturales y/o elaborados – y aun de los commodities – esto es rotundo, cuando exportamos soja, trigo, carne, aluminio, acero, etc. Estamos exportando trabajo, insumos, más riqueza del subsuelo. Porque solo los claveles parásitos se alimentan del aire.
Este último integrante del costo – el “costo del subsuelo” – es difícil de evaluar, está relacionado con el consumo de agua y minerales, que por estar debajo, o en el territorio estatal – el subsuelo, o los ríos en el caso del agua – debiera estar inscripto como “costo del patrimonio público”.
Se ubica allí un costo de recursos básicos y ambiental invalorable.
Los ciudadanos nacionales no debiéramos tener que pagar ese costo, pero si lo deben pagar los compradores de afuera, los importadores, eso permite entender que el precio de adentro debiera ser bastante menor que el precio de afuera.
Es en ese marco que se puede entender el concepto de “soberanía alimentaria”, que muchos esgrimen con argumentos ideológicos o políticos, y no técnicos y/o constitucionales.
Aun si aplicamos seriamente la lógica del mercado, podemos llegar a conclusiones similares, dado que en las ecuaciones del mercado, uno de sus términos es la capacidad de compra del consumidor, que establece el tamaño de las ventas. No se puede comparar la posibilidad de compra de un ciudadano nacional con bajo ingreso y con moneda devaluada, con el consumidor extranjero que no está sujeto a esos avatares.
Para ejemplificar contaré una anécdota venezolana muy anterior a los tiempos chavistas, que era una conducta económica, de aquel país, en aquellos tiempos.
El precio del aluminio (como el del oro, el acero, etc.) está siempre fijado por el valor internacional.
Esto significaba que su precio de venta no estaba atado al costo de la producción sino a la demanda del mercado externo.
Venezuela, por la gran disponibilidad de energía eléctrica barata en esos tiempos, disponía de un costo, para la producción de aluminio primario, muy competitivo.
Pero el país quería desarrollar las industrias intermedias, para ello tenía que descubrir un mecanismo de reducción en el precio interno – para aquellas empresas dispuestas a agregar valor al metal primario – sin que la comunidad internacional pudiera acusar “dumping” o proteccionismo.
Y lo encontraron. Resulta que llevar el aluminio al puerto y embarcarlo para la exportación tenía un costo aproximado al 5% del precio internacional.
Entonces, las empresas estatales de producción de aluminio primario descontaban ese valor – que en el caso del aluminio, 5% era importante – a las empresas nacionales que lo retiraran directamente de fábrica, con sus propios medios de transporte, es decir le descontaban el flete hasta el puerto y los gastos de embarque.
Sumaron a esto – para evitar avivadas, la prohibición de que esas empresas pudieran exportarlo, si no le incorporaban valor agregado suficiente (no recuerdo ese valor).
Con ese simple y efectivo artificio lograron crear una especie de “soberanía del aluminio”, que permitió se desarrollen empresas nacionales, competitivas en los mercados internos y externos.
Aquí estamos discutiendo si el precio de los alimentos en el mercado interno debe fijarse por las condiciones de nuestro mercado (costos, consumos) o por el que se logra exportándolos. Si algo falta para enrarecer esta situación es la compleja política cambiaria que sufre nuestra moneda favoreciendo la especulación del dólar.
Es indudable que todo el que pueda vender y cobrar en dólares lo hará, porque más allá del precio, tendrá en sus manos la ganancia de la especulación.
Y es probable que la suma de impuestos que sufren los alimentos cuando se distribuyen en el mercado interno, superen los costos asociados a la exportación. No lo sé, pero lo pienso.
Tómese este tema como un pequeño aporte de nuestro Espacio para la construcción del modelo nacional que requerimos para lograr salir de esta pálida permanente.
(Pálidas que logran complicar – entre otras cosas – las ganas de escribir de los escribas).
Porque cada día se les hace más difícil comer un buen asado.
Gracias.
Espacio Cultural El Sitio
Mayo (Mes de la Patria) 15, 2021.